Sexo, drogas y ropa nueva
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Nuestro juego moderno es interesante, todos adquirimos una rutina diaria que, con algunas diferencias, ejecutamos al unísono cuando canta el gallo o se asoma la luz del día por la ventana. Nos despertamos, desayunamos, el baño diario, luego salir a trabajar, almorzar en la mitad del día, regresar al trabajo, salir a buscar algo de diversión cuando la quincena lo permite, una cerveza con los amigos, o darnos un premio por una dieta inexistente y comer algo distinto, algo que sea un “lujo”.
Los homosexuales no diferimos de la rutina pero tenemos ciertos ritos distintos, y a veces arriesgamos más de lo que deberíamos.
Algunos deciden tener orgasmos, acuden a saunas o salas de internet en donde la probabilidad de tener sexo con un desconocido es mayor al promedio, sitios acondicionados para que el “levante” sea más fácil, usualmente venden licor y también ofrecen cuartos oscuros, cabinas personales o en el caso de las salas de internet, cubículos comunicados a ambos lados por un hueco en el separador de madera. No puedo generalizar, pero en esos momentos los hombres pensamos con la cabeza más pequeña, la excitación y el deseo nos inundan la razón y decidimos buscar un orgasmo obviando cualquier clase de protección. No puedo ni quiero generalizar, pero es muy común. Hacerle sexo oral a una verga que se asoma por un hueco en una pared no es precisamente la forma más segura de protegerse de una ETS pero como dije, pensamos irracionalmente, entrar a un cuarto oscuro en donde escasamente las manos permiten delinear los cuerpos y arrodillarse en donde sentimos la presencia del divino miembro. Cuando se “cuenta con suerte” se arman orgipiñatas, varios hombres disfrutando del cuerpo de extraños, una cosa lleva a la otra y el sexo anal nunca se deja a un lado, muchas veces se usa el condón, otras veces, las ganas ganan, nos arriesgamos a sentir una “verga a pelo” que al principio es un manjar de dioses, y luego, minutos u horas más tarde se vuelve de dolor de cabeza ya que la conciencia reclama y regaña con justa razón el descuido, los que más afán tienen comen su almuerzo con rapidez para poder correr al baño del centro comercial y exponerse a que la mano de un desconocido le toque el paquete, y en cuestión de minutos por el estrés de la hora y el miedo a ser sorprendidos, venirse y relajarse antes de continuar la jornada.
A veces decidimos salir de fiesta, el sitio de moda, entre más caro mejor, así sepamos que el costo del sábado nos dolerá toda la semana, o incluso toda la quincena. Como decía, la discoteca, ojala con hombres hermosos que en el peor de los casos nos sirven de caldo de ojo y en el mejor se fijan en un mortal plebeyo, como uno, para irse a satisfacer los deseos de sexo salvaje de la noche, hablemos del consumo de drogas, licitas e ilícitas, algunos consumimos alcohol como si fuera el fin del mundo, mientras adornamos la noche con otros juguetes, un pase de perico acá, un poquito de popper por allá, medio trip, un poco de yerba ¿Qué puede salir mal? No nos importa, queremos que esa noche sea memorable, en nuestra mente idealizamos nuestros amigos y nuestros enemigos, parece un concurso de quien consume más y mejores drogas, así como salimos con la cedula en el bolsillo no nos puede desamparar al menos un tarrito de popper, es demasiado riesgoso esperar que el dealer nos conteste a las 10 de la noche y nos haga el domicilio, es mejor llegar preparado, al fin y al cabo él también tiene vida social. Nos permitimos inundarnos de drogas, al punto de creer que cada salida, cada noche de fiesta es la mejor del mundo, cuando han sido noches fácilmente olvidables, la dinámica de la rumba es la misma, y al cierre todos ebrios, en las nubes por las drogas o flotando por los egos, salen buscando qué hacer, cómo no dejar morir esa magia.
Nos embargarnos del espíritu capitalista, correr a un centro comercial y comprar todo lo que nos haga parecer diferentes, noten la ironía de buscar hacerse notar comprando ropa que se produce en masa, compramos zapatos, tenis, jeans, camisas, camisetas, chaquetas, gafas, lociones, manillas, todo lo que el sistema capitalista nos ordene conseguir, cambiamos de celular cada vez que tenemos la oportunidad o los ladrones nos ayudan a tomar la decisión, pagamos un plan de datos para estar conectados todo el día, Snapchat, Instagram, Facebook, Twitter y Whatsapp, no podemos vivir sin saber que están haciendo los demás, sin saber que está de moda y dónde es el sitio que hay que visitar para poder subir las fotos obligatorias y hacer parte del “selecto” grupo de personas que pueden pagar un sitio, los mas traumados aseguran que son sitios donde va la gente bien de la ciudad, así ellos mismos recorran el camino en bus y sepan que al gastarse lo que no tienen seguirán dentro de una deuda que nos les permite comprarse un tinto sin descuadrar los pasajes.
Todos tenemos un refugio, un espacio seguro. Algunos se blindan con un traje que refleja, aparentar ser los mas exitosos, lo más bonitos, los más exclusivos. Otros deciden que su blindaje será académico, se dedican al estudio y condenan esa vida disparatada de GPP2S (Guaro, perico, popper, 2c y sexo), asumen un papel de madre superiora y creen que esa vida, el sexo y las drogas son los únicos males modernos que hay que atacar y erradicar del mundo gay, algunos son expertos en el bajo mundo de las redes sociales, con distintos perfiles que no son el propio, buscan sexo con desconocidos. Grindr, Hornet, Badoo, incluso los grupos gay de Facebook están llenos de perfiles en blanco, humanos sin fotos añorando el contacto con una verga dura o un culo suave.
Nos permitimos vivir en un dopaje moderno, algunas personas no son capaz de tener sexo si no están borrachos o drogados, aseguran que así “se siente más rico”, otras tienen una sensación de calma y alegría el día que se ponen la ropa nueva por primera vez, al quitársela, pasa a ser otra prenda mas del armario y su tristeza continua, algunas creen que son felices los viernes y sábados, esos días en donde la barra libre de una discoteca y poder sentirse “la más” llena su vacio emocional, pero cuando llega el cierre no se quieren ir, la noche está muy joven, hay que buscar remate o amanecedero, no es posible que la felicidad sea tan cortica, en el fondo temen enfrentarse a la soledad de sus vidas, algunos sienten mucha satisfacción al previo encuentro sexual con el desconocido, luego de hacerlo, algunas veces porque el hombre no resultó buen polvo, y otras simplemente, porque así somos, sienten el vacio, la soledad, esa que llega cuando regresamos a la rutina en donde no tenemos satisfacción, nada nos llena, nada nos completa, todo es un circulo vicioso repetitivo en el que no sentimos felicidad verdadera y al final somos solamente nosotros y nuestras conciencias.