Mesa para uno
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¿Por qué enamorarse?, esa temible necesidad acechante de vivir a dúo, queriendo satisfacer el deseo de que alguien quizás nos apague la televisión a la madrugada cuando nos quedamos dormidos, o simplemente ese deseo de llenar un espacio con alguien con quien compartir nuestro postre, nuestras sabanas y hasta nuestro cepillo de dientes, sin hablar de compartir miedos, fracasos, emociones y sobre todo culpas. Y es que ¿quién nos dijo al nacer que nuestro objetivo en la vida era reposar nuestras esperanzas de ser felices en otro?. A lo mejor en este texto vivan las pequeñas ideas de un mundo utópico en el que cada uno podría ser feliz por su cuenta, pero que al terminar de leerlas las olvidaremos y regresaremos a la agotadora tarea de ser amados y de rendirnos a la vida, esperando que algo llamado ancestralmente “destino” nos haga el milagrito de librarnos de amarnos a nosotros mismos para que alguien más lo haga.
Otros recurrimos, y lo he hecho, a ese pacto Hollywoodense de juntarnos con nuestro mejor amigo si a los 40 aún estamos solos, ese afán de querer que otro nos vea envejecer y de que quede documentado en fotografías que a lo mejor en un futuro no muy lejano ya no querremos ver para no recordar como solíamos ser, esto no es una apología al egoísmo y menos al egocentrismo, es más un pequeño tirón de orejas a aquellos, y me incluyo, que esperamos aguantarnos a otro el resto de la vida, cuando ni si quiera somos capaces de vivir con nosotros mismos, y ¿que ganas de amargarnos la vida con conocer los defectos del otro de una manera tan visceral?, para que siquiera intentar conocer y descifrar a otro si con la complejidad de la vida cotidiana basta.
Para mí todo se resume en una pequeña e innombrable palabra, Miedo, miedo a hacer mercado solos, a dormir a la mitad de la cama, a no tener quien nos robe la cobija o quien nos prepare el desayuno algún domingo lluvioso, miedo a que la sociedad nos ponga la etiqueta de “Solterones” si a los 30 aún no tenemos la casa de los sueños llena de niños, con postres perfectos en la ventana de la cocina, manteles bordados y galletas a las 6 de la tarde.
Después de todo esto, mejor recomiendo disfrutar de la compañía de los demás de una manera moderada, una, dos, tal vez tres citas con esa persona que te gusta y terminar antes de que el tedio y la monotonía conviertan esa velada de Woody Allen en una tenebrosa noche de Alfred Hitchcock donde al final el gran monstruo del compromiso termine por convertirnos de un “Yo” a un “Nosotros” que en algún momento de la vida terminara conjugado con el verbo “Fuimos”, o tal vez en el mejor de los casos, y les comparto el dato, inviertan su tiempo en ustedes mismos, que aquí el más inteligente no es el que juega en equipo, si no el que sabe jugar.